miércoles, 19 de diciembre de 2012

Sobre el anticomunismo de izquierda, el "estalinismo", el POUM y el movimiento comunista


Postado por charles moraes 

Por Albert Escusa. Publicado en Mis manos, mi capital.

Se ha vuelto casi un deporte nacional, por parte de algunos autores, publicar en las páginas de izquierda de Internet artículos que se dedican de forma más o menos encubierta a criticar la historia del movimiento comunista, responsabilizándole de todos los males habidos y por haber, ya sea el ascenso de Hitler al poder, el cambio climático o la derrota del equipo local. “Estalinismo” se ha convertido para algunos en una palabra mágica. El “estalinismo” encierra, como el misterio de la Santísima Trinidad, tres propiedades en una: la primera, evita entrar en un debate histórico con argumentos contrastados; la segunda, evita dar una explicación acerca del fracaso histórico y de la incompetencia política crónica de la corriente a la que están adscritos los anticomunistas de izquierda; y la tercera, sirve para intentar avergonzar a los militantes, pero sobre todo a los potenciales simpatizantes de los diferentes partidos comunistas, para disuadirlos de ingresar en los partidos comunistas. Todo este discurso se ha visto favorecido por una etapa histórica donde la división y el enfrentamiento en el seno del movimiento comunista, particularmente en nuestro país, ha conducido a que éste se desintegre en numerosos fragmentos desunidos, aislados y dispersos.  

Precisamente la última propiedad mágica del “estalinismo” quizás sea la más codiciada por los anticomunistas de izquierda. Se ha demostrado, tanto con ejemplos históricos como en la actualidad, que, de todas las fuerzas que se proclaman anticapitalistas y dicen querer superar el actual sistema socioeconómico, el movimiento comunista (con todas los errores, fracasos, traiciones, rupturas, degeneraciones y lo que se le quiera añadir) ha demostrado en la práctica (sabiendo superar todas sus limitaciones anteriormente señaladas), que es el que cuenta con la capacidad de llevar a término tales propósitos anticapitalistas. Así, mientras que hoy, sobre el planeta Tierra, no hay ninguna fuerza política o social del anticomunismo de izquierda con peso político o social (si descontamos la excepción coyuntural de Francia, debido más que nada a la degeneración extrema del PCF), varias corrientes que se reclaman del comunismo en su versión marxista-leninista o incluso marxista a secas, y que reivindican –cada una a su peculiar manera– la experiencia soviética como un avance progresivo para la humanidad, o bien son fuerza de gobierno en algunos países, o bien cuentan con grandes partidos obreros y populares de masas, guerrillas antiimperialistas y una gran influencia en los movimientos sociales. Y no sólo eso: el movimiento comunista ha sabido conservar, entre grandes sectores de la población, allí donde tiene influencia, una cultura de revolución y de justicia social, con la memoria histórica comunista y sus símbolos, que arranca en octubre de 1917 y cuya historia, patrimonio y símbolos son elementos de rebeldía incontestables para muchas personas.

Nada de ese patrimonio tienen los anticomunistas de izquierda. Sus realizaciones históricas son muy limitadas y están cogidas con pinzas: la insurrección cantonalista de 1873 que ayudó a hundir la I República, las colectivizaciones de 1936-1939 en algunas localidades de la España republicana, las aburridas trincheras de Huesca en la guerra civil, algunas victorias militares de la parte del Ejército Rojo dirigida por Trotsky o la actividad de las bandas guerrilleras del líder campesino ucraniano Makhno en 1918-21, son las contadas realizaciones que puede reivindicar el anticomunismo de izquierda. Los nuevos movimientos como el antiglobalización o el movimiento zapatista, fueron teorizados por muchos como las pruebas de la derrota definitiva del modelo político que representaba el partido comunista clásico. Sin duda alguna, el movimiento antiglobalización fue una respuesta importante de masas a la globalización neoliberal, que consiguió movilizar a amplios sectores sociales, principalmente estudiantes universitarios. Pero finalmente el movimiento antiglobalización, carente de una dirección política, ha quedado reducido a inofensivos Foros Sociales. Por su parte, el zapatismo no ha dado ni siquiera la imagen de un movimiento superador del capitalismo y el imperialismo, sino más bien se ha mostrado como un indigenismo folclórico; los territorios zapatistas se pusieron de moda en los años noventa como santuarios de peregrinación para intelectuales procedentes de la izquierda anticomunista donde recibían la inspiración divina contra el “estalinismo” y los partidos comunistas. Hace años que pasaron de moda y ya no son visitados por tales intelectuales. Asimismo el Foro de Porto Alegre y el apoyo a Lula en Brasil, presentados como el último grito de “socialismo verdadero” frente a la práctica del movimiento comunista, han acabado encumbrando a un hombre que, lo menos que se puede decir de él, es que no parece muy interesado en realizar cambios profundos en su país, más bien todo lo contrario, y cuando ha tenido que enfrentarse a dirigentes antiimperialistas consecuentes como Hugo Chávez o Evo Morales, para defender los intereses de las multinacionales brasileñas, no ha dudado en hacerlo. Lo que sorprende, ante todo, es que los anticomunistas que defendían todas estas alternativas atacando a los partidos comunistas, hoy permanezcan mudos y no realicen ninguna valoración crítica de las mismas.

Así pues, cuando hace muchos años que ya no queda ni rastro del “estalinismo” al que se le achacaban (y se le achacan) todas las responsabilidades de los fracasos propios y ajenos, cuando ya no queda ningún pretexto para que los anticomunistas de izquierda liberen todas sus energías revolucionarias y demuestren a los “estalinistas” cómo se hacen las verdaderas revoluciones, vemos que tales energías se desgastan, como siempre, en “demostrar” que de no haber sido por Stalin y los suyos, desde 1924 habría comunismo en Europa, o que en 1936 desde algunas misérrimas aldeas de Huesca, con la genialidad de Andreu Nin y con el viejo máuser de Orwell, no llevaría más que dos semanas derrotar a Franco, realizar la revolución en España, vencer a la Alemania nazi, a Mussolini, a los Estados Unidos, al Japón y al Imperio británico, derrocar a la «burocracia degenerada de Stalin» e implantar el resplandeciente comunismo en el Sistema Solar (esta vez el comunismo de verdad, por supuesto). Es un plan tan sencillo que no podemos imaginarnos cómo no se les había ocurrido antes. O lo que es lo mismo: soñar es gratis.

Nuevamente el POUM como arma arrojadiza

El POUM y la “revolución” española es un clásico entre los clásicos del anticomunismo. Y eso a pesar de que ya no hay casi ningún historiador serio que, habiendo investigado aquella época libre de la costra ideológica orwelliana, sostenga la tesis de que la “revolución” y “contrarrevolución” fueron los factores dominantes de la guerra civil española en 1936-1939. Efectivamente, a pesar de los discursos ideológicos que taparon la realidad y que han dado una visión completamente deformada de la historia, la “revolución” de 1936 fue más que nada una revolución de símbolos, posturas estéticas y comportamientos (la quema de iglesias como rito anticlerical, la ropa obrera que se puso de moda incluso entre los burgueses, la quema de dinero, el deslumbramiento de los “turistas revolucionarios” como Orwell, etc.), antes que un proceso real de transformaciones socioeconómicas, mientras que las instituciones republicanas, aunque mantuvieran las mismas formas, en su contenido reflejaron la nueva correlación de fuerzas producto de la derrota del fascismo en Cataluña. Esto conllevó la entrada masiva de los representantes de los partidos y sindicatos obreros en tales instituciones, desvirtuando su viejo carácter de clase. Entonces, si tal “revolución” fue más aparente y más limitada a los símbolos y los discursos que a los hechos reales, si el factor “revolución” constituye algo completamente secundario para juzgar aquella etapa y se ha demostrado lo erróneo de semejante catalogación, si además, las instituciones republicanas habían adquirido un carácter plenamente popular y distaban de ser tan «burguesas» ¿a quién beneficia seguir manteniendo la leyenda? A los anticomunistas de izquierdas, por supuesto.

Por ello, y por la falta de nuevas ideas, se vuelve una y otra vez al POUM, con una obsesión digna de estudio. Fue la norma por parte del anticomunismo de izquierdas blanquear las actividades de los principales dirigentes del POUM tras la guerra y pasar de puntillas sobre los mismos, aprovechando que muchos sectores de jóvenes militantes de izquierda desconocían la historia de tales dirigentes. Ahora, en un reciente “¿Qué hay que rescatar del POUM?” (1), se sugiere que hubo una “época buena” y una “época mala”. Por lo menos ya hemos avanzado algo, porque hasta ahora los anticomunistas de izquierdas preferían guardar un sospechoso silencio sobre la “época mala”. Pero ¿dónde hay que establecer en verdad la frontera entre ambas épocas?

Hay que considerar que todos los principales dirigentes del POUM, recién acabada la guerra, o bien giraron rápidamente hacia la tan odiada socialdemocracia “menchevique” creando el Moviment Socialista de Catalunya (MSC), o bien ingresaron en las nóminas de la CIA, como fue el caso de Gorkin, Maurín y otros. La práctica totalidad de los altos dirigentes renegaron de sus antiguas creencias. Los “auténticos líderes revolucionarios”, a partir del 1º de abril de 1939 dejaron de ser tales revolucionarios. ¿Es posible una metamorfosis tan repentina? ¿A qué se debe que, cuando es más necesario luchar contra el fascismo, tales dirigentes que repartían certificados y lecciones de revolución a diestro y siniestro y estigmatizaban a los “reformistas del PSUC”, abandonen la lucha y se transmuten en lo contrario de lo que decían ser? ¿Cómo explican los anticomunistas de izquierda que los “mencheviques reformistas” del PCE y el PSUC continuaran la lucha antifranquista sacrificando miles de vidas, y los principales dirigentes del POUM como Maurín y Gorkin ingresaran en la derecha pro-yanqui defendiendo al imperialismo más agresivo, mientras que otros fundaron el MSC para defender al imperialismo europeo? ¿Acaso la lucha contra el franquismo era menos necesaria que la lucha contra el Frente Popular? Misterios de la Santísima Trinidad “antiestalinista”, como fue un misterio divino que Maurín permaneciera vivo y en buenas condiciones en las cárceles de Franco, mientras a otros dirigentes republicanos los fusilaban o torturaban por la vía de urgencia. Maurín fue liberado en 1946 gracias a la intercesión de un obispo pariente suyo, que convenció al propio Franco de que era mejor mantenerlo vivo porque era un enemigo de los comunistas, y estas gestiones fueron seguidas directamente desde el mismísimo Vaticano (2). ¡Eso sí que es un auténtico privilegio del mejor burócrata! ¿Qué opinarán de todo ello los anticomunistas de izquierda y los apologistas del POUM? ¿Publicarán algún libro sobre estos temas?

El POUM no fue ningún partido inocente como machaconamente pretenden hacernos creer. En medio de la guerra, cuando en otros lugares del Estado se combatía a vida o muerte, desde las páginas de la Batalla, periódico del POUM, se instaba a luchar contra los “mencheviques de la revolución” en alusión al PSUC situándolo como el enemigo a batir. Muchos dirigentes del PSUC y la UGT murieron asesinados entre agosto de 1936 y mayo de 1937. Desideri Trillas, dirigente sindical de la UGT, que había acompañado a Maurín en 1924 a Moscú, murió asesinado en 1936 por pistoleros de la CNT; el 24 de abril, Rodríguez Salas, comisario afiliado al PSUC, sufrió un atentado fallido, y el 25 cayó asesinado Roldán Cortada, antiguo colaborador de Maurín, depurado años antes por éste de la ejecutiva del Bloc Obrer i Camperol por desavenencias políticas, y asesinado en 1937 por pertenecer al PSUC. Muchos afiliados a la UGT fueron asesinados por no ingresar en la CNT. Seguramente la mano del POUM no estaba detrás de estas «víctimas de la revolución», pero desde las páginas de La Batalla, se señaló con insistencia quienes eran los enemigos: el Frente Popular y sus bases más consistentes y clarividentes, el PSUC y la UGT. 

La guerra y el peligro fascista fueron cosas muy remotas y lejanas para el POUM, y por ello se dedicó a hacer la “revolución”. En La Batalla, se reproducían a gran tamaño eslóganes como «¡Muera la república democrática!», se calificaba al antifascismo como traición a la revolución cuando los antifascistas frenaban con su sacrificio el avance del ejército franquista, se llamaba a eliminar las instituciones republicanas calificadas como “burguesas” (aunque estuvieran dominadas por la mayoría obrera), se publicaba a toda página y en grandes letras las octavillas arrojadas por los aviones de Franco llamando a desertar, se injuriaba impunemente y de forma constante a los dirigentes republicanos, socialistas y comunistas y, entre otras “hazañas”, con el objetivo desmoralizar a los combatientes y provocar la deserción, se escribían noticias falsas acerca de una supuesta negociación del gobierno republicano con Franco en vistas a una rendición (3).

Por otra parte, en las filas del POUM se cobijaban a espías notorios como el jefe de la columna extranjera del POUM, Georges Kopp, agente del espionaje inglés y futuro colaboracionista de los nazis en Francia, y espías a favor de Franco que realizaron actos de sabotaje, mientras que otros se ofrecieron a la quinta columna para asesinar a Negrín y Álvarez del Vayo. No hay constancia de que por aquella época Orwell ya fuera un agente del espionaje británico, aunque se relacionó con personas directamente implicadas, como el propio Kopp, de quien era amigo íntimo.

Un fantasma atemoriza a los anticomunistas de izquierda: el fantasma de la “burocracia”

Es evidente que el hecho de participar profesionalmente en política o en el movimiento sindical es una necesidad que tienen los representantes de la clase obrera para defender sus intereses, y así fue teorizado por Lenin, ya que es de sentido común que los dirigentes no se forman en dos días, y aún menos cuanto el apoliticismo del ciudadano común es la norma. Pero con la crítica permanente a lo que los anticomunistas de izquierda llaman «burocracia estaliniana», se consigue el efecto de trastocar la realidad por la ideología. El término “burocracia”, al ser tan indefinido, se puede instrumentalizar de forma demagógica como pueda serlo el de “estalinismo”. ¿Qué significa realmente la palabra “burocracia”? Como los anticomunistas de izquierda no osan dar ninguna definición para poder mantener la ambigüedad a su conveniencia, veamos qué se entiende corrientemente por “burocracia”. Según el Diccionari de la Llengua Catalana, “burocracia” es: 1) autoridad, influencia excesiva de los funcionarios públicos en los asuntos del Estado; 2) conjunto del personal administrativo, y 3) sistema de tareas, de procedimientos y de actividades a cargo de un cuerpo de personal administrativo. Así pues, transplantado el término “burocracia” a la época soviética, tan burócrata era el humilde conserje de una escuela de barrio, un policía municipal, el administrativo de un soviet urbano, el director de una empresa estatal (ya fuera honrado o corrupto), o el Comisario de Guerra León Trotsky, con el agravante de que éste último disponía de un poder infinitamente mayor sobre las cuestiones del Estado y del partido que el de la mayoría de la burocracia soviética a la que criticaba.

El falso antiburocratismo de Trotsky y del POUM

Los anticomunistas de izquierda, al utilizar indiscriminadamente el concepto de “burocracia”, socavan la necesidad que tienen los trabajadores de tener representantes sindicales y políticos a tiempo completo, y desprestigian la necesidad de la participación política entre las masas, llevándolas al apoliticismo y haciéndolas presas de la reacción. Además, en el fondo, para los anticomunistas de izquierda el problema se reduce a nombres. Si son sus líderes los que ocupan los cargos, entonces no son burócratas, sino la personificación de la democracia pura. Si los cargos los ocupan los líderes del grupo rival, entonces son «burócratas degenerados». Pero puestos a analizar a la burocracia, ¿de qué vivían Trotsky, Andreu Nin, Julián Gorkin, Joaquín Maurín y tantos otros “antiburócratas”? No tenemos noticias que pasaran mucho tiempo de su vida en una cadena de producción de una fábrica, o doblando el espinazo en la agricultura, o haciendo los tipos de trabajo asalariado que realiza normalmente la clase obrera produciendo plusvalía. Por el contrario, vivieron como políticos profesionales en cuanto tuvieron la menor oportunidad. Trotsky en cuanto pudo fue un profesional de la revolución a tiempo completo (un burócrata de la revolución), que no vivía de su propio trabajo. Fue parte de la “nomenklatura”, alto dirigente del partido y el Estado, que creó asimismo una red clientelar de burocracia con la que ganar apoyos. Fue pues, un gran burócrata, que se volvió contra la “burocracia” no por ser “antiburócrata”, sino porque sus posiciones políticas fueron derrotadas por la mayoría. Cuando fue al exilio tampoco sudó una gota produciendo plusvalía para los burgueses, sino que pasó a ser miembro máximo de la “nomenklatura” en la corriente política formada por él, que se pasó a llamar IV Internacional.

Andreu Nin, Joaquín Maurín, Julián Gorkin y otros fueron, desde principio de los años veinte, altos dirigentes de sus organizaciones y llegaron a ser burócratas profesionales, “nomenklatura” en miniatura pero aspirantes a ser gran “nomenklatura”. Muchos cuadros de la CNT fueron altos funcionarios durante la guerra, además de ministros, y crearon sus propias redes de burocracia anarquista.

Andreu Nin mientras fue conseller de Justicia de la Generalitat ejercía como cualquier alto funcionario de cualquier Estado, a la manera burocrática. Nin había sido parte de la burocracia soviética y posteriormente burócrata de la Generalitat durante la guerra (Conseller de Justícia), Maurín fue corresponsal de Izvestia (“burócrata” soviético por lo tanto) y diputado por el Frente Popular (burócrata republicano); otros altos dirigentes también eran “burócratas”, como Juan Andrade, funcionario de correos, mientras que otro dirigente del POUM, Molins i Fàbrega, era presidente de la sección sindical de funcionarios de la UGT. Añadamos a esto, que el discurso más radical contra el «Estado burgués» se produjo a raíz de la expulsión de Nin del gobierno de la Generalitat por su política sectaria y provocadora. Todos estos hechos arrojan una perspectiva nueva y más concreta sobre algunos aspectos de lo que se ha venido en llamar “revolución” y “contrarrevolución”: la lucha por la hegemonía en los organismos de la Generalitat, incluyendo los surgidos de la “revolución” como el Comité de Milicias, colectividades y Patrullas de Control, cuyos miembros se convirtieron de hecho en funcionarios (o sea, burócratas) que cobraban su salario de la Generalitat. Los “revolucionarios” que se enfrentaron en mayo de 1937 contra la “burocracia estalinista” (el Frente Popular) distaban mucho de ser precisamente obreros, sino algo muy distinto: «aquellos sectores más beligerantes contra la supervivencia de la legalidad constitucional de 1931, como la agrupación anarquista radical Los Amigos de Durruti o el POUM, no estaban liderados por obreros manuales, sino por periodistas de segunda fila, aspirantes a intelectuales de opinión y empleados de servicios» (4).

Franco y la Falange querían destruir la República y sus instituciones, precisamente porque ya eran más populares que burguesas, mientras que el POUM quería destruir a la República y al Frente Popular por su imposibilidad en convertirse en burocracia dominante de forma pacífica, debido a sus actividades provocadoras y a su sectarismo. En diciembre de 1936 se cerraba definitivamente para el POUM la vía “pacífica” para conquistar la hegemonía burocrática con la exclusión de Nin del gobierno de la Generalitat, por la actitud sectaria y provocadora del POUM. Aislado voluntariamente de las demás fuerzas políticas y sindicales, abandonado incluso por la CNT y la FAI, el POUM se radicalizó desesperadamente y, en una fuga hacia delante, se alió con los grupos más extremistas y minoritarios como Los Amigos de Durruti, formado por libertarios que habían desertado del frente. Juntos entablaron un pulso armado con el Frente Popular y las instituciones republicanas en mayo de 1937 con el resultado de sobras conocido. Así nació la leyenda de la «burocracia estalinista» en España.

El dislate de la contradicción

Volvemos a leer frases acerca de los «horrores del estalinismo» en el más puro estilo del Libro Negro del Comunismo. Pero, ¿hubiera sido mejor el futuro si la pequeña “burocracia trotskista” se hubiera impuesto en su lucha contra la mayoritaria “burocracia estalinista”? Los pasos antes de que el trotskismo implantara el “verdadero” comunismo en el Sistema Solar, ¿habrían sido menos traumáticos y habrían derramado menos sangre que con Stalin? Las propuestas de Trotsky y la “oposición unificada” de 1926 no diferían gran cosa de las que se implantaron con Stalin años después: colectivización de la agricultura, industrialización y planes quinquenales. Hay que sumar a eso el odio constante de las potencias imperialistas, el enorme subdesarrollo del país, etc., etc. Podemos suponer pues, que Trotsky y su fracción minoritaria se hubieran enfrentado, al menos, con problemas de la envergadura que lidiaron la fracción mayoritaria del partido. No hay ningún motivo para suponer que la “burocracia trotskista” hubiera creado menos “horrores” que los que se le achacan a Stalin: de Trotsky partió la idea de secuestrar y fusilar a las familias de los “especialistas militares” zaristas que desertaran del Ejército Rojo; fue Trotsky el que reprimió duramente la insurrección anarquista de Krondstad en 1921 con medidas extremistas que incluían el terrorismo y los fusilamientos; fue Trotsky el que planteó militarizar los sindicatos y hacerlos un apéndice del Estado, es decir, burocratizarlos al máximo. ¿Por qué los “horrores” de Trotsky habrían de ser menores que los “horrores” de Stalin? ¿Por qué, de haber vencido el POUM y sus grupitos aliados en la lucha contra la República, los “horrores” hubieran sido menores que en el caso de los defensores de la República, conociendo la suerte que corrieron Desideri Trillas, Roldán Cortada, Sesé, y muchos otros? ¿Por qué los admiradores del POUM no publican nada sobre ello?

La historia coloca a cada uno en su lugar

El anticomunismo de izquierda ha demostrado históricamente su incapacidad crónica para constituirse en alternativa y ser una fuerza de masas. La incapacidad se reveló con toda su crudeza cuando las últimas huellas de los «horrores estalinistas» dejaron de existir al desaparecer la URSS en 1991, dando paso a cambio a un nuevo tercer mundo con un infierno de millones de muertos, pobreza extrema, decenas de miles de niños viviendo en las cloacas, dictadura de las mafias, cientos de miles de prostitutas obligadas a venderse, millones de desempleados y guerras interétnicas instigadas por el imperialismo. Pero todos estos “detalles” nunca fueron del interés del anticomunismo de izquierdas, que sólo nació para “denunciar” los «horrores del estalinismo» o, como Franco y la Falange, las «víctimas de Negrín». Preocupado en esconder las causas de sus fracasos y sus evidentes limitaciones políticas, el anticomunismo de izquierdas desvió insistentemente sus críticas hacia el «estalinismo» y el antisovietismo, buscando chivos expiatorios de sus carencias y su escuálida capacidad de convocatoria. El anticomunismo de izquierdas y su hermano menor, el antisovietismo, han vivido una época dorada gracias a la división de los comunistas en el Estado español y a nivel internacional, y ha conseguido avergonzar a muchos comunistas, sobre todo dirigentes. El movimiento comunista ha cometido errores, algunos graves, y los seguirá cometiendo indudablemente, como corresponde a toda fuerza que interviene en la política práctica. Pero el saldo de la historia es enormemente favorable para el movimiento comunista. Los comunistas no tienen nada de lo que avergonzarse y tienen un pasado y un presente heroico de luchas y sacrificios, errores y aciertos, fracasos y triunfos, que constituyen un patrimonio del que deben de estar orgullosos.

Los tiempos cambian y es posible que asistamos al comienzo de una etapa histórica esperanzadora, donde se generen por fin las condiciones para un nuevo esfuerzo unitario entre las diferentes organizaciones comunistas. Para que la unidad tenga éxito, hay que perder la vergüenza de la propia historia, arrinconar sectarismos y recoger lo más positivo que cada corriente comunista ha generado a lo largo de su trayectoria, sin descartar además diferentes alianzas con otras capas progresistas de la población. Marx y Engels escribieron al respecto en el Manifiesto del Partido Comunista que «los comunistas no forman un partido especial opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses algunos que no sean los intereses del conjunto del proletariado. No proclaman principios sectarios a los que quisieran amoldar el movimiento proletario» (5). Efectivamente, los comunistas no pueden aspirar, como dicen nuestros maestros, a encasillar el movimiento obrero bajo «principios sectarios», lo cual no quiere decir, por otra parte, que la ideología, la teoría y la doctrina dejen de ser importantes, pero en su justa medida, ayudando a impulsar el movimiento obrero y comunista y no poniendo trabas artificiales que frenan el movimiento y la unidad. Y siempre colocando por delante el estudio incansable de la historia, que es quien tiene la última palabra para juzgar los aciertos o errores de la práctica política, partiendo de la base de que no existen las personas infalibles y que la historia no la realizan los grandes hombres, sino las clases sociales y los dirigentes que surgen de estas clases sociales. Tales dirigentes se ven inmersos en múltiples contradicciones, conflictos e intereses de grupos sociales y nacionales diversos, que a veces los atrapan sin remedio como una fuerza gravitatoria, limitando sus márgenes de maniobra y sus posibilidades reales de aplicar las políticas deseadas.

Los comunistas han escrito sus páginas históricas más brillantes luchando unidos y sabiendo conectar con el sentir de las masas, de las que deben formar parte. Así fue en Octubre de 1917, en la construcción del socialismo en la URSS y en otros países, en la defensa de las conquistas sociales, en la guerra civil, en la lucha antifranquista, en las revoluciones antiimperialistas y en tantas otras ocasiones en las que, por lo demás, el anticomunismo de izquierda estaba ausente o era adversario de tales luchas. El movimiento comunista ha jugado un papel, en solitario o junto con otras fuerzas progresistas, claramente decisivo para el avance de las conquistas sociales de las masas explotadas e incluso para la humanidad en su conjunto. Por el contrario, la etapa histórica donde se vivió la división del movimiento comunista en numerosos fragmentos, condujo a los comunistas en muchos lugares al declive, y en otros como en el Estado español, casi a la extinción.

En España tenemos ejemplos históricos de unidad comunista, como la unidad del PCE y del PCOE en 1921, y la de los colectivos socialistas y comunistas en una sola formación política (las Juventudes Socialistas Unificadas a nivel estatal, y el Partit Socialista Unificat de Catalunya, PSUC), unidos sobre bases revolucionarias en 1936. Tal unidad, que se estaba fraguando también entre el PCE y del PSOE para constituir un partido proletario revolucionario unido, no pudo culminar con éxito por la división interna del partido socialista, lo que provocó una influencia muy negativa en el desarrollo de la guerra civil y la lucha antifranquista.

Cuando se perciba el grave momento histórico que estamos viviendo, será posible reemprender el camino de la unidad, unidad imprescindible para derrotar al enemigo: el fascismo, el imperialismo y la burguesía. Unidad sin renunciar a los principios pero renunciando a los sectarismos y a las exclusiones, y anteponiendo la resolución de los graves problemas de la clase obrera antes que una pureza doctrinaria extremista. Será entonces cuando el anticomunismo de izquierda volverá a tener en la historia el papel residual y anecdótico que le corresponde ocupar. Sólo así, con la unidad y la voluntad de luchar por la clase obrera ante todo, los comunistas podrán volver a tener una determinante capacidad de influencia entre las masas y podrán aspirar a llevar tras de sí a la clase obrera y a los pueblos oprimidos en la lucha por un mundo mejor.

Notas:

(3) Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo: Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1931-1936. Editorial Planeta, Barcelona 1999, pp. 351-375.
(4) David Martínez Fiol: Estatisme i antiestatisme a Catalunya, 1931-1939: rivalitats polítiques i funcionarials a la Generalitat. Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2008, p. 290.
(5) Marx y Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Edicions PCC, 1983, cap. 2, p.15.
Publicado por Comunidad Stalin

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